viernes, noviembre 12, 2004

Premisas de un escritor decepcionado.

No importa cuán necias sean las palabras, mi oídos siempre están para escuchar. Yo soy de los que piensan que el conocimiento es poder: poder actuar, analizar, crecer, compartir, ordenar, comparar, confiar, etc. El conocimiento, el hecho de saber acerca de algo, te abre una gama de posibilidades que la ignorancia al respecto de ese algo no te permite. Se sobrentiende, por lo tanto, que siempre prefiero conocer a su tan restrictivo antónimo.
A su vez, y creo que aquí no hay posibilidad de equivocación, (vale decir, no es una opinión personal sino una apreciación que podrán realizar todos aquellos que me conozcan), siempre, pero absolutamente siempre, se puede hablar conmigo; de cualquier tema; en cualquier momento y lugar; de frente, sin vueltas, por más cruda que sea la verdad. Nunca me enojo, reflexiono, opino, contesto, refuto, comprendo, concuerdo, juzgo y hasta finalizo, manejo la acidez y el sarcasmo en niveles insospechados solo cuando es preciso, pero jamás pierdo la cordura, jamás insulto, jamás reniego. No soy así. De lo anterior, por consiguiente, se deduce que cuando hay algo para decirme, feo, lindo o intrascendente, no importa su razón, siempre puede ser dicho: soy franco, sincero, frontal, leal, honesto, (nadie me puede decir lo contrario aunque se que tengo mil defectos), y así como yo obro, ingenuamente espero lo mismo de los demás. Cuando esto no sucede, me siento defraudado.
Prefiero conocer y pretendo sinceridad absoluta, hasta aquí.
¿Qué es de la vida de Isabela? Se preguntarán ustedes. Pues bien: viajó, no llegó (problemas de pasaporte a mitad de camino), regresó a su país de origen, jamás me avisó nada. Ahá, pensaron bien: grave ERROR. Si no fuese por un amigo de ella, aún seguiría esperando algún tipo de noticia, o leyendo los avisos fúnebres, o imaginando qué sería de la vida de la bendita extranjera que me engañó tan fácilmente. Grave ERROR.
Esta situación, a pesar de haber roto con mis premisas anteriores, me hace pensar en otro tipo de falla, aún quizá más grave: ¿No se le ocurrió pensar en mí? Es decir, ¿Acaso no le importó qué podría estar pensando, sintiendo o esperando yo? Siento que me dejó librado a mi suerte, a mi suposición (quebrantando mi posibilidad de saber), siento que no se dio cuenta de que conmigo podría explicarse (una y mil ocasiones más, como tantas otras veces), que yo no me enojaría, ni la castigaría, ni sería descortés (desconociendo mi preferencia por el diálogo), pero por sobretodo pienso que le importó más su propio bienestar que mi actualidad. Y eso, honestamente, es lo que más me duele.
Mientras escribo esto, Isa está online. Mientras escribo esto, espero algo pero sin saber qué esperar. Mientras escribo esto, sueño con una redención del corazón, que no tarde en llegar.Besos y abrazos for everybody! Hasta la próxima.