miércoles, diciembre 08, 2004

En la sala de espera sin esperanza (o "Cuando el amor es una ironía").

Tema recurrente y trillado en las conversaciones con amigos, la respuesta a mi pregunta parece no tener ocasión de ver la luz. ¿Por qué cuesta tanto encontrar una mujer completa? Es decir, ¿Será posible hallar en la cotidianeidad de la vida una compañera que cumpla con todos los requisitos? Y de aquí surge, sanguinolenta, mordaz y preocupante, una nueva incógnita: ¿Serán muy elevados los requerimientos? Me reconozco detallista, exigente, demandante, sobrevaluado, denostador y hasta ambicioso si se quiere, pero, podrán decidirlo ustedes mismos, no creo estar buscando cualidades exageradas. Verán...
Es evidente el fracaso en la búsqueda de esta mujer pretendida, y, aunque no he de bajar los brazos, a veces pienso si estaré destinado a morirme solo o a disminuir, conscientemente o no, mis condiciones.
Las mujeres lindas, esas que nos hacen voltear en la calle, las que inundan con su imagen tantos momentos de distracción mental, suelen ser, por lo general, bastante limitadas a la hora de poner a funcionar sus neuronas. Y no es prejuicio, nada más lejos de mí que ello. Pero, quizás a causa de toda una vida dedicada a cultivar la figura, la parte intelectual se les escapa hacia el descuido. Y nada peor que no compartir una buena charla, o tener que hablar de unas pocas trivialidades, pues es su único bagaje para la elocuencia.
Por la vereda de enfrente caminan las inteligentes, las que nos deslumbran con su oratoria, sus conocimientos, sus valores y su alto compromiso para con las artes, el estudio y la naturaleza. Son las futuras Madame Curie, pero... claro, no podía faltar: suelen ser horribles, o feúchas, o hippies o bien poca cosa, insulsas, sin onda. Son la clase de mujeres que, a pesar de decir mucho, suelen decirnos nada de ellas mismas. Su apariencia deja bastante que desear, y allí pierden gran parte del puntaje obtenido.
Supongamos que, por obra y gracia de esta vida llena de satisfacciones, encontramos a la conjunción perfecta de los casos citados anteriormente. Me ha pasado. De hecho, muy de vez en cuando me pasa, y es mi deseo más ferviente que me siga pasando. Han sido pocas las ocasiones en que me he topado con femmes de esta raza, y es en este encuentro cuando surge una nueva cuestión: cuando la encontramos, cuando sabemos que es la elegida, la madre de nuestros hijos, la fuente inagotable de felicidad, el sumum de la alegría y la satisfacción, el sueño hecho realidad...nos damos cuenta de que no nos quiere o, lo que es peor, de que no nos quiere y de que sale con un completo imbécil.
Abatidos por tales circunstancias, atrapados por sus redes, cegados por la desazón, no nos damos cuenta de que de vez en cuando dejamos pasar oportunidades maravillosas, de que siempre está la mujer de nuestras vidas pululando por ahí, cerca o lejos, pero a nuestro alcance. Muchas de estas veces, esa mujer nos ama profundamente, daría todo por nosotros, secaría cada una de nuestras lágrimas y contaría uno por uno nuestros dientes en cada sonrisa. Pero claro, no podía faltar... a la que nos quiere, nosotros no. Así es la vida...