Remordimiento y redención
Qué difícil resulta a veces postear algo como la gente, comunicar una idea un tanto más compleja que algunos párrafos escritos, expresar sentimientos que escapan al carácter convencional de las palabras, enemigas férreas de las razones por las cuales late un corazón. Quizás a modo de excusa, quizás desde el remoto accionar del pensamiento, la carencia creativa me incita a colgarme de ese lujo peligroso que es desaparecer de la cotidianeidad del posteo, de la producción literaria constante. Soy consciente, a su vez, de que la vida cambia y el tiempo apremia, de que la falsa bohemia no dura cien años, que no se puede vivir sin amor, que hasta la flor más linda se marchita al fin. No busco justificación para nadie, sino comprensión de algunos pocos…
El viernes cumplí años y me visitaron muchos amigos, posiblemente más de los que tengo. Creo que algunas personas en esta vida impía ayudan a ver el mundo a través de otro cristal, a sensibilizarse con nuevas cosas, a vibrar en otra sintonía. Yo descuidé mucho (y seguramente descuide) a personas que quiero como hermanos, aquellos cuyo pasado compartido es tanto que parece más amplio que el futuro por delante. Y mi cumpleaños se empeña en demostrarme todos los años, con religiosa vehemencia, que no importa cuán egoísta, apático o desinteresado por interés sea, los que te quieren siempre se acuerdan. Año tras año, ese día me sumerjo en una espuma breve de alegría y dolor, de vergüenza y emoción, de optimismo y arrepentimiento. Siempre me prometo a mí mismo que a partir de ese entonces no voy a ser el del año anterior, que me voy a ocupar, que los voy a llamar, que voy a estar. Y nunca lo logro. No creo, no obstante, que sea porque el cometido es imposible, sino porque a veces no es tan fácil cambiar un rumbo, deshacer una elección, levantar un teléfono.
Es por eso que aquella noche en mi casa me propuse pasarla bien, ignorar a los fantasmas, volverme transparente. Es por eso que abracé a mis amigos como hacía rato no los abrazaba, intentando traspasar en ese cuerpo a cuerpo los sentimientos que nos siguen uniendo a pesar de todo, tratando de que un gesto de unos pocos segundos agradeciera y devolviera lo que el tiempo se encargó de forjar. Y pude finalmente sentirme bien, sentirme amigo. Un abrazo no borra los momentos perdidos, pero honra todo lo vivido.
A todos ustedes, gracias, desde el corazón, mirándolos a los ojos, con un abrazo redondo y eterno.