domingo, junio 05, 2005

A.V.F. (o "Uno en la piel de otro")

Allá por el año 1997, decidí que la escuela secundaria a la que concurría no era lo suficientemente buena para mí e insté a mis padres para que realizaran un cambio. Acaso promovido por mis compañeros y por el alumnado en general, que eran de una clase social “diferente”, practicaban un estilo de vida que difería mucho del mío y digo esto intentando no pecar de sectario, de elitista ni mucho menos, comencé ese año en una nueva escuela.
Ya el primer día inicié una linda amistad con tres de los seis varones que formaban parte de la división, si bien no soy del todo sociable o, mejor dicho, no me gusta interactuar con gente que no conozco. El resto eran todas chicas, unas veinticinco masomenos, algunas de las cuales ya pintaban para el crimen (crimen que cierta vez cometí, aunque eso ya sea parte de otra vida), pero todas, todas eran intrascendentes: me daban lo mismo, no me interesaban más que para lo propio y hasta un par me disgustaban más de la cuenta. De hecho, había una en particular que era realmente detestable. Esta chica en cuestión era arrogante, antipática, soberbia aunque bastante inteligente a mi parecer. En verdad me caía muy mal, quizás porque para estrella ya había llegado yo y, como sucede siempre en estos casos, el sentimiento era recíproco: ella no me quería ni un poco y me lo hacía saber. La vida siguió…
Al término de ese año, la Insufrible ya no lo era tanto y, aunque no fuéramos “amigos”, podíamos permanecer juntos en el mismo lugar sin inconvenientes, compartíamos salidas en grupo y hasta visitamos nuestras casas.
1998 se consolidó como el año de la amistad: Ya nos sentábamos cerca y hasta teníamos los mismos amigos, cada vez compartíamos más cosas y sobretodo, cosas en común, cosmovisiones y concepciones de la vida, los objetos y las personas muy similares. Empezamos a contarnos cosas, a guardar secretos, a reírnos juntos. Buen año el ’98…
Para el año siguiente, con la ex-Insoportable devenida en Amiga, ya éramos como carne y uña: íbamos y veníamos juntos para todos lados, nos sentábamos uno al lado del otro, hacíamos los trabajos en pareja, nos veíamos a la tarde y concurríamos al cine seguido. Ya nada podía distanciarnos, y cada vez los demás (menos los amigos en común, claro) nos causaban más risa. 1999 puede ser llamado como “el año en que nos mofábamos del resto”. Eso perdura hasta hoy, me pregunto por qué…
En el 2000 estábamos en Quinto año de la escuela y ya éramos Grandes Amigos. Hacíamos todo lo que hacíamos los años anteriores, pero con una cuota más elevada de confianza y conocimiento mutuo. Nadie salía indemne si se metía con alguno de nosotros, pues el otro siempre estaba para ayudar (aunque nunca hiciera falta): éramos como dos separados pero formando uno solo. No recuerdo si fue este año, el siguiente o cuándo, pero por primera vez fui a cenar el 1 de enero a la noche a su casa, hecho que se convirtió en ritual los años venideros (casi como ir al cine el 1 a la tarde, aunque este año se cortó). El 2000, aunque hubo viaje de egresados y alcohol de por medio, puede denominarse “el año de la unidad”.
En el 2001 empezamos el CBC, cada uno de una carrera diferente pero en la misma sede, por lo cual viajábamos juntos hasta allí. Ella conoció nuevas personas y yo también, pero ya el vínculo era fuerte. Los martes a la noche eran de cine, religiosamente; es más, hubo alguna semana que ya no quedaban películas nuevas para ver. Cada vez más de la mano, cada vez más hermanos. Ese fue “El Año de la Hermandad”.
2002 ya casi no lo recuerdo, acaso porque todos los años fueron igualmente buenos en términos de nuestra amistad, acaso porque finalmente la malavida surte efecto. Sí recuerdo que ese año, mi Amiga entró en crisis y dejó un cuatrimestre de la facultad para tomarse un descanso (grave si se tiene en cuenta que es una alumna que toda la vida superó los 9 puntos de promedio) y recuerdo también que ese año yo decidí que la carrera que había elegido no era lo suficientemente activa para mí y que quería hacer algo que no me tuviera tan atado a una silla, por lo cual la abandoné (grave, si se tiene en cuenta que soy un alumno que nunca bajó de los 9 puntos de promedio y que tiene dos hermanos con título universitario). Me acuerdo, claro, que allí estuvimos el uno con el otro, dándonos la fuerza necesaria, aconsejando oportunamente, defendiendo el interés del otro. Llamemos al 2002 como “el año crítico”.
El 2003 arrancó como de costumbre, juntos como hermanos. Ella seguía en su carrera, yo comenzaba una nueva. Ese año también me puse de novio con mi actual novia, la cual lentamente fue consolidando una excelente relación con mi Gran Amiga. También ese año me hice mayor de edad, hecho largamente festejado. El 2003 fue “el año de la constancia” ya que nuestra relación era siempre igual de buena.
El 2004 no trajo nada nuevo ni demasiado influyente para nuestra gigantesca amistad. Ella llegó a la mayoría de edad y ya no me sentí tan viejo. Este período se caracterizó por largas charlas, horas compartidas conllevando y analizando lo que la vida nos deparaba, sobretodo en materia de sexo opuesto: ella con sus historias, yo con las mías (ya no tenía novia por entonces) y ambos con nuestras preocupaciones cargadas sobre las espaldas pero con la amistad por delante alivianando cualquier peso. También el tiempo me demostró que ella era mi única Amiga con todas las letras, la que siempre estaba, la que más valía. Este fue “el año de la exclusividad”.
2005 arrancó casi, casi juntos en Brasil, viaje que se concretó pero cada uno por su lado. Yo volví con mi ex novia, ella por poco no se inició en el Extraño Mundo del Noviazgo (todo llega en esta vida) pero el destino se las ingeniaba para que siguiéramos siendo tan amigos como siempre. A pesar de que este año no termina, yo lo bautizaría “el año de lo más parecido al amor”, en honor a los noveles sentimientos experimentados por mi Gran Amiga y todo lo que ello acarrea.
Hace veintidós años y un día que nacía en algún lugar de la provincia de Buenos Aires mi Amiga, mi hermana, mi ídola. Como dijo alguien alguna vez, “un amigo es un hermano que se elige”. Estoy absolutamente orgulloso de haber elegido acertadísimamente a una hermana como ella y más feliz me pone que ella me haya aceptado a mí como hermano.
Por más: charlas eternas, pelis juntos, cenas, almuerzos, meriendas, desayunos, libros compartidos, lugares visitados, recitales concurridos, fiestas disfrutadas, lágrimas escurridas, alborotos presenciados, música escuchada, personas maltratadas, risas a mansalva, cinismos derramados, canciones cantadas, puchos no fumados, momentos vivenciados, viajes a realizar, por más destinos de la mano.
Es mi deseo, de todo corazón, que a esta historia nunca le llegue el final.
Feliz cumple, Veru.